Cuando trabajaba en la cervecería Backus éramos continuamente invitados a las fiestas en la casa de mis compañeros de trabajo. Algunos vivían en urbanizaciones nuevas, en sitios recónditos y para regresar salíamos con alguno de los amigos que tenían carro.
Para mí era normal y justo, salir con ellos, hasta que un buen día mi amada esposa me dijo muy seria que le daba vergüenza tener que estar esperando la hora que a ellos les daba las ganas de salir para volver juntos.
Nunca lo había visto así, pero era notorio el disgusto en Maria Judith. “Tienes que comprar tu carro”, me dijo. Como si fuera fácil la cosa. Pero visto bien, ella tenía mucha razón, como en todo lo que decía.
La situación en aquel tiempo era tal que solamente comprabas carro de segunda, o tal vez de tercera o cuarta o quizás quinta mano. Era común que algunos trabajadores de la cervecería, para deshacerse de su carro lo rifaban con la Lotería de Lima, a 10 soles el boleto.
Algunos ejecutivos, que recibían carro nuevo de la empresa, vendían su carro viejo a algún empleado, y así, los carros se recirculaba entre los trabajadores.
Comencé a averiguar precios y oportunidades, en los locales de Maquinarias. Hubo uno en la Avenida Colonial que me interesó bastante. El vendedor me aseguró que ese fin de mes le entregarían un carro como el que yo quería, me gustaba el color rojo metálico de mi motocicleta que solamente lo podía usar en Iquitos. Le ofrecí entregar un adelanto para asegurar la compra, pero el empleado se negó a recibirlo. “No se preocupe – me dijo – de todas maneras a fin de mes le entrego su carro nuevo”
Desde niño admiraba los enormes carros Station Wagon que circulaban en Iquitos y me prometí que apenas pueda me compraría uno así. Pero cuando pensé que ya podía, ya no existían los enormes SW, ni tampoco tenían la decoración tipo madera que eran los que habían en Iquitos, por eso preferí el rojo metálico: Un Station Wagon con su parrilla instalado en el techo para colocar el equipaje cuando viajábamos por todo el Perú, es, definitivamente, un carro con personalidad.
Cuando llamé a fin de mes, el vendedor se disculpó pero el carro que era para mí, su jefe se lo había entregado a otro cliente. Muy decepcionado, solicité préstamos a dos cooperativas, Santa Teresita de Jesús y Santa Elisa, y me puse a buscar para comprarme un carro nuevo al contado. En Maquinarias me pedían 4 millones 200 mil Intis, y las placas aparte.
Buscando en el diario encontré que se había creado una nueva empresa en Surquillo, avenida República de Panamá, Autodelta. El precio 4 millones de Intis y las placas de regalo. Lo conseguí.
Se produjo un revuelo en la cervecería. Era el primero que compraba carro nuevo, creando una tendencia que fue in crescendo.
Con nuestro carro recorrimos todo el sur hasta Arequipa, todo el norte hasta Trujillo y todo el centro hasta Huancayo. Viajes inolvidables en familia y todo por el empuje y la increíble ayuda de mi esposa. Un gran carro y una gran esposa. Me siento afortunado.