Mayo de 1970, a escasos días de producido el nacimiento de mis hijas mellizas, viajé a La Oroya para hacerme cargo de mi primer trabajo como Ingeniero Químico.
Atrás quedaban mi ciudad natal, Iquitos, mi universidad, Universidad Nacional de la Amazonía Peruana (UNAP), mi esposa, Maria Judith, y mis hijas Luisa Iliana y Claudia Inés. Ir de la selva a la Sierra Central es ya, de por sí, un cambio enorme de clima, ambiente e idiosincrasia.
Había ingresado al selecto y muy disputado Plan Cerro para Ingenieros Químicos Metalurgistas, donde nos entrenarían durante 12 meses en el manejo de todas las Plantas de una División: División de Plomo, División de Cobre, División de Zinc y División de Refinerías de cobre y plomo. Cada división cuenta con un mínimo de cuatro Plantas.
Durante el primero y el último mes del programa nos prepararon en las aulas de la Oficina de Entrenamiento, a cargo del Ingeniero Alcides Meléndez. Llevábamos cursos tales como Cómo enseñar, Cómo enseñar en el trabajo, Seguridad industrial, Primeros Auxilios, Fortran IV, etc.
Allí el Ingeniero Meléndez nos soltó la frase del título
- “¿POR QUÉ LE PAGA LA CERRO DE PASCO A UN INGENIERO?”
Hubo respuestas de todo tipo, rimbombantes, político-sociales, demagógicas, etc., y hasta se cuenta de la graciosa respuesta de un Ingeniero de un programa anterior:
- “Para ganar en dollares” (pronunciado como está escrito)
Pero ninguna respuesta le satisfacía al Ingeniero Meléndez y las rechazaba todas haciendo gestos negativos con la mano, como diciendo “nada que ver”. Y la respuesta era bastante simple:
- “LA CERRO DE PASCO LE PAGA A UN INGENIERO POR DOS COSAS:
- PARA APRECIAR SITUACIONES Y TOMAR DECISIONES”.
Agregó, si creen que se les paga para ayudar al obrero a desatorar un chute dando golpes a las tolvas, están equivocados. No se necesita eso. El Ingeniero de Guardia debe estar siempre atento a todo lo que ocurre a su alrededor y decidir de inmediato para dar órdenes al instante a fin de que no se detenga el proceso productivo.
Es bien simple, el Ingeniero de Guardia es El Jefe y es, por tanto el responsable directo de lo que suceda con la Planta y con el personal. No está para ayudar a los trabajadores en el desempeño de sus tareas. Para eso está el Reglamento Interno de Trabajo, un manual de más de 500 hojas.
Cuando veo a la Jefa de la Farmacia del Padomi (Essalud) llevar y traer los recipientes de plástico con los medicamentos para atender a quienes tenemos que ir a recibirlos, mirando su cara de satisfacción, pienso que a lo mejor ella cree que eso es ser buen jefe. Puedo ver que se esfuerza hasta el agotamiento con el intenso trajín.
Mientras tanto, observamos que no se ha dado cuenta que los empleados que reciben las recetas para procesarlas en su computadora no le hacen firmar su respectiva receta a la persona que viene a la farmacia a recibirlas. Y en consecuencia, la persona que entrega las medicinas tiene que hacerles firmar las recetas en ese momento, ocasionando demoras en el procedimiento.
Por años nos hemos atendido en el Policlínico geriátrico Ancije, hospital de Essalud para maestros jubilados, y en la ventanilla donde se entregan las recetas para procesarlas, hay un letrero que dice claramente que los usuarios deben firmar su receta y, además, anotar su número de DNI y teléfono. Que no se aceptará una receta que no cumpla con ese requerimiento.
Pero en el Padomi, la Jefa de la Farmacia se agota “ayudando” a sus subalternos y descuida su trabajo, que es organizar el sistema para que funcione mejor.
No le han dado el entrenamiento que todo jefe debe recibir: Que está allí para dirigir y recomendar la mejor manera de atender a los asegurados ancianos y discapacitados, no para ser uno más de los empleados subalternos que están allí para cumplir sus funciones. Parece que los ejecutivos del Seguro Social no se han preocupado de entrenar a los jefes en gestión humana y están allí sin saber por qué o para qué están.
Es una lástima que el Seguro Social nombre jefes y jamás los supervise para ver si están a la altura de las funciones encomendadas o decidir su reemplazo. Una lástima.
El entrenamiento recibido en la Cerro nos ha servido para desempeñarnos en otros lugares, distintos en ambiente y en naturaleza del trabajo, como el Instituto Nacional de Salud Ocupacional y la Cervecería Backus y Johnston, y por siempre recordamos la famosa frase del Ingeniero Químico Alcides Meléndez.
Trabajando en La Oroya