83 LAS ANDANZAS DE MI AMADA ESPOSA 2

Maria Judith Alva Rivera de Suárez, como reza en su DNI, es mi esposa, afectada por el Mal de Alzheimer y ha perdido el conocimiento, la memoria y la razón.

Pero lo que no perdió ni perderá jamás es el amor de su esposo, hijas, yernos y nietas. Recordamos con cariño todo lo que a ella se refiere porque ella se hizo grande en nuestro corazón, porque ella nos amó primero.

No era muy afecta a la tecnología, excepto en lo que se refiere al café, el arroz y el microondas.

Me fastidió mucho su tenaz oposición a la compra de una cámara filmadora  Super 8 en Sears Roebuck, ahora es Saga, donde podía pagarla hasta en 24 meses. Realmente casi todas nuestras cosas las compramos en Sears pagándolas en 24 cuotas, refrigeradora, lavadora, cocina, cama camarote, muebles de sala, cámara fotográfica Zorki, copia exacta de la cámara alemana Leica, entonces la mejor cámara fotográfica del mundo. Me fastidió mucho, sí, y por eso  nunca tuvimos cámara filmadora. La lavadora la compramos a insistencia de Claudia nuestra segunda hija melliza porque en la televisión se mostraba con una canción pegajosa: “solita lava, solita enjuaga, y en Sears, solita se paga”. Es la lavasola de Sears que nos duró muchísimos años.

Cuando teníamos que comprar algo, mirábamos en El Comercio el anuncio sobre qué producto castigaba esa semana Sears. La rebaja era de hasta la mitad del precio. Entonces estábamos a la caza de la oportunidad. Acostumbramos ir toda la familia a la tienda, pues era inmensa y había siempre muchas novedades que daba gusto verlas, además que era una manera de enseñar a nuestras hijas a observar, indagar y decidir la mejor compra. La experiencia podía serles muy útil en su vida futura.

Habíamos comprado nuestro primer televisor a colores, Tatung, pero en esa época teníamos que instalar una antena en la azotea de nuestro edificio de 4 pisos y conectar al televisor en nuestro departamento con cable para antena. Pero aun así la imagen no salía muy bien y teníamos que reorientar la dirección de la antena continuamente.

Cuando pasamos a vivir en Pueblo Libre la cuestión no mejoró mucho. Vimos en esa oportunidad un anuncio de una antena especial que se ponía junto al televisor y se veía una imagen nítida. Se vendía en un local de Carsa en la avenida Larco en Miraflores. Fuimos todos, y mientras veíamos extasiados el funcionamiento de la dichosa antena especial, vino mi esposa a decirme que había negociado un “paquete de aparatos”: un enorme horno microondas, una olla arrocera grande y una máquina cafetera, y solamente teníamos que pagar una única cuota al mes, y nos lo entregaban en ese mismo instante.

Las compras de mi amada esposa

Siempre me ha llamado la atención la capacidad de mi esposa para negociar, a nivel experto, pero esta vez la sorpresa fue mayor, se salió de todos los límites: Mi esposa adquiriendo aparatos de alta tecnología, era simple y llanamente increíble.

Cargamos todas las cosas en nuestro SW Datsun y volamos a nuestra casa. Nadie se acordó de la antena. Un VHS adquirido en la Feria del Hogar, el mismo lugar de la Feria Internacional del Pacífico, vino a solucionar el problema. ¿Para qué queríamos buena imagen en el televisor si podíamos ver una película completa sin cortes de publicidad y bien nítida?

Una semana después de nuestra mágica adquisición, se produjo inundaciones en el norte, en la Refinería de Talara que originó desabastecimiento de gas propano. Nuestra cocina a gas estaba inútil, pero doña Maria Judith nos tenía el almuerzo a la hora. ¿Cómo fue posible? Se las arregló para cocinar todo el almuerzo en su gran horno de microondas.

¿Cómo se animó a cocinar en un aparato que jamás había ni siquiera escuchado su nombre? “La necesidad”, me dijo.

La he visto dorar el ajo y la cebolla en su olla arrocera para presentarnos un inmejorable arroz, como dice mi hija Claudia “arrocito recién hecho, qué rico”. Pienso que su arrocera fue muy de su agrado porque, inquieta como era, la olla arrocera eléctrica cocina sola. No le tienes que estar cuidando, bajando el fuego, poniendo la plancha de metal para que no se queme, etc.

Y la cafetera eléctrica definitivamente era su favorita De pequeños, solamente hacíamos café en olla, pero en la cafetera eléctrica la ves pasar gota a gota deleitándonos con el aroma de café que se está haciendo, para degustarlo con fruición una vez que termina de pasar.

Una vez asentó la jarra de vidrio de la cafetera sobre la mayólica de la mesa de la cocina, quizás con más fuerza que la requerida, y se rajó. No dijo nada, nunca decía nada cuando algo no andaba bien, pero cuando bajé a la cocina a ver en que podía ayudar encontré a la cafetera pasando café en un táper de plástico. ¿Y la jarra? “se rompió” me dijo.

En los supermercados de nuestro barrio, Monterrey y Todos, vendían milanesas en táper de plástico redondo con tapa. Venían 10 milanesas. Era de plástico grueso y resistía el calor de la plancha de la cafetera, así que doña Judith no se quedaba sin su café de cafetera eléctrica, de ninguna manera.

Cuando me operaron de desprendimiento de retina me cuidaba con dedicación. Durante 6 meses no me dejaba cargar una caja de cerveza, prefería cargarlas ella. Una mujer de 1.65 m y 45 kilos de peso cargaba la cerveza sin ningún empacho. Cuando ella decía no, más valía no contradecirla. “A cocachos aprendí”.

Mi hija Claudia estudiaba Diseño Gráfico en la Facultad de Artes Plásticas de la Pontificia Universidad Católica y allí les enseñaban en computadoras Macintosh, de manera que no se opuso a la adquisición de un Centro de Cómputo PowerMacintosh de Apple, computadora, escáner e impresora, por la irrisoria suma de diez mil dólares. Así aprendió a no oponerse a la tecnología, convertida ya en una necesidad, al igual que su microondas, su arrocera o su cafetera.

La Power Macintosh y la PC de mi casa

 

 

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