En inglés, ER significa emergency room, lo cual se traduce al castellano como sala de urgencias. Fue una serie médico estadounidense emitido por la cadena NBC.
ER sigue la vida profesional y personal de los doctores y enfermeras de la sala de urgencias del ficticio Hospital County General del condado de Cook, Chicago, Illinois.
Fuente: Wikipedia La enciclopedia independiente.
Nos acostumbramos a ver cómo en esta serie los doctores y enfermeras y paramédicos corren para atender a las personas que requieren una atención de urgencia para salvarles la vida. Nada es más falso en nuestra realidad.
Nuestra realidad es triste porque el personal de los nosocomios de emergencia es por demás indolente e irresponsable. Se podría pensar que la Asistencia Pública es la antesala del infierno, pero no, es el infierno mismo.
Mi pequeña hija se atragantó con un trozo de manzana y se estaba poniendo morada, mi esposa salió a la calle cargándola y tomó un taxi, el taxista le dijo a la Asistencia pública que está en la avenida Grau. Vivíamos en la Plaza Manco Cápac.
En la Asistencia Pública nadie las atendió por lo que mi esposa salió y tomó otro taxi y le dijo que la llevara a la Alameda de los Descalzos en el Rímac, al Centro Médico de la Cervecería Backus. El chofer viendo la gravedad de la situación a la vez que aceleró le dijo
- Señora, métale el dedo en la garganta y sáquele lo que tiene ahí
Mi esposa así lo hizo y le extrajo dos trozos de manzana y la bebé pudo respirar y llorar y cuando llegaron al Centro Médico “Esther Grande de Bentín”, aquí sí las enfermeras, técnicas y médicos corrieron para atenderlas con total y encomiable solicitud.
La jefa de Enfermeras me llamó a la Cervecería y me avisó. Fui corriendo y pude constatar que mi bebita estaba bien, bien atendida y mi esposa tranquila. Para ella la recomendación que le gritó el taxista fue lo que salvó la vida de mi hijita. El esfuerzo del personal de esta clínica es y ha sido altamente eficiente. De la indolencia de la Asistencia Pública es mejor no hablar.
Sara Cortez, amiga y compañera de estudios de mi hija Claudia en la Facultad de Artes Plásticas de la PUCP, tiene un hermano, Javier Cortez, que es médico de Emergencias de un Hospital local. Dice mi hija que el doctor Javier se mataba de risa cuando veían la eficiencia con que en la serie de televisión acudían todos para atender a los heridos que “necesitaban” atención de urgencia, porque en el Perú nadie hace eso: nadie corre, nadie se interesa por los heridos ni se preocupan por su atención. Llegaste herido, paga en ventanilla por tu atención y luego espera a ver si alguien viene, si es que viene, para atenderte.
El director de la USE de San Borja me birló mi nombramiento que había ganado por concurso para profesor de computación. Acudí al Ministerio de Educación en San Borja y nadie me atendió. Al bajar las escaleras, las habían encerado, no las habían secado ni habían puesto ningún aviso de ¡CUIDADO! Y me resbalé por toda la larga escalera golpeándome la cara en los laterales de la escalera.
Las personas que hacían trámites acudieron para decirme que no me moviera que ya llamaron a la doctora del Departamento Médico del Ministerio. Cuando vino la doctora, vio mi mal estado de salud y solamente atinó a llamar una ambulancia y “despacharme” a la Asistencia Pública, ahora le llaman Hospital de Urgencias “Casimiro Ulloa”.
La doctora había llamado a mi hija Claudia, a su trabajo. Había yo llegado a las 10 am al hospital y a las 11 que llegó mi hija nadie me había atendido. A una monja que se había acercado a mi camilla le pedí un vaso de agua. Se fue la monja, y 15 minutos después cuando volvió a pasar por mi lado, me dijo: “Si quiere que le traiga un vaso de agua, debe usted darme un vaso”. Es difícil pensar que la religiosa se olvidó las Sagradas Escrituras «Y cualquiera que como discípulo dé de beber aunque sólo sea un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, en verdad os digo que no perderá su recompensa» (Mateo 10,42)
Me dijo mi hija que debíamos ir mejor a la Clínica González en Lince, tienen Emergencia y sus precios son módicos.
Si la gente del Casimiro Ulloa son indolentes e incapaces para atender a los heridos son, en cambio, bravos y feroces para soltar un paciente. No querían dejarnos salir. Mi hija tuvo que gritar y amenazar con denunciarlos para que acepten mi salida, no sin antes firmar un libro de renuncia a la atención. ¿Atención? Suena curioso.
Me dijo mi hija Claudia que había allí un señor que tuvo un accidente con vidrios, quizás una borrachera, que había llegado a las 8 am y a las 11 seguía allí con los vidrios clavados en su cabeza. Nadie lo atendía. La verdad es que era un día tranquilo con muy pocas personas que atender, pero igual, nadie atendía. Verdaderamente incapaces en toda su extensión.
En la Clínica Gonzáles me atendieron de inmediato y pude regresar a mi casa a descansar y olvidarme de mi nombramiento ganado por Concurso de Plazas a nivel Nacional. Me sacaron sangre negra de dos hematomas en los pómulos, de uno 2 centímetros cúbicos y del otro 3 centímetros cúbicos.
Mi cara parecía haber sido aporreado por Cassius Clay o George Foreman, o ambos a la vez. Mi hija Charito me recomendó que no diga nada del accidente sino, más bien, que diga que “el otro quedó peor que yo”. La autoestima por delante.