Cuando era niño la Botica La Loretana, ubicada en la cuadra 3 del Jr. Lima en Iquitos, nos obsequiaba el Almanaque Bristol, aunque fuera un niño quien lo solicitaba. Una revista con información de las fechas importantes y las fases de la luna. De manera que sabíamos de esta manera cuando toca luna nueva para cortar las uñas de las niñas, o para sembrar o cuando era luna llena para salir a pasear por las noches porque el alumbrado era pésimo.
También traía el Almanaque Bristol una historia en cuadros cual historieta, las más de las veces ilustrativa y con moraleja. Era la parte que más me agradaba leer y lo comentábamos con mi mamá, también lectora empedernida.
En la portada había un señor con barba y abundante cabello y se convirtió en el paradigma del corte de cabello: cuando sentías que ya estabas para ir a la peluquería lo justificabas diciendo “Estoy bristol”, es decir mi cabello ya está muy largo, lejos del ideal masculino que se debatía entre el estilo boxeador o el estilo caballito.
El Almanaque Pintoresco de Bristol
Una de esas historias recuerdo particularmente porque nos hizo debatir con mi mamá sobre su pertinencia.
Se trataba de un viajero que se dirigía a buscar oro en algún lugar y se había alojado en el hospedaje. Al despuntar el día le pidió a la dueña que le diese fiado una docena de huevos duros, para ir sosteniéndose por el camino hasta encontrar lo que buscaba y al regreso le pagaría con creces.
Al cabo de un año regresó feliz el minero y le pagó a la dueña por los huevos que le había fiado, pero ella al ver el oro se llenó de ambicia y le dijo que, dado el tiempo transcurrido y considerando lo que ella hubiera podido obtener con esos huevos que él se llevó, le correspondía quedarse con todo el oro. Y se lo quitó.
No aceptaba ninguna consideración del viajero y finalmente fueron al Juez a quien la ambiciosa mujer le presentó sus cálculos en los que se basaba para quedarse con todo el oro.
El Juicio
Decía que le dio a su inquilino 12 huevos, esos 12 huevos se convertirían en gallinas y en tres meses cada una pondría 25 huevos con lo cual tendría 300 huevos que en tres meses se convertirían en 7,500 huevos, estos a su vez se harían al cabo de tres meses 187,500 y finalmente tendría 4’687,500 huevos en un año.
- Saque su cuenta Señor Juez, a sol cada huevo entonces me corresponde todo el oro que trajo mi cliente.
El juez estaba sorprendido y le dijo que, en principio ella tenía la razón pero que él deberá pensarlo un poco más. Necesitaba un poco más de tiempo.
Triste y abatido estaba el minero sentado en la vereda afuera del juzgado cuando se presentó un hombrecito que le dijo que no se preocupe que él es abogado y le va a ayudar en el Juicio.
Llegó el día del Juicio y el abogado no llegaba, para aumentar más la desolación de nuestro minero. Cuando llegó el abogado, todo presuroso y sudando, se disculpó con el Señor Juez por su tardanza y le dijo
- Pido perdón Su Señoría por la tardanza, deberá disculparme, pero es que estaba sancochando cebada para poder sembrarla
- ¿Sancochando cebada para sembrarla? ¿Está usted loco? Cómo va a sancochar la cebada para sembrar, no va a germinar nada porque ya está muerta.
- Exactamente Su Señoría, no se puede sancochar la cebada para sembrar porque ya está muerta. Lo mismo pasa con los 12 huevos cocidos ¿Qué pollos puede producir si los huevos ya están muertos?
- Señora ¿los huevos estaban cocidos?
- Pasaditos nomás, Señor Juez
- Entonces solamente le corresponde el valor de los 12 huevos cocidos y nada más.
Y se hizo justicia.