Cuando era pequeña Andrea Canaval, nuestra primera nieta, la cuidábamos y la llevábamos a todo sitio. Era parte de nosotros.
Una vez acompañé a mi esposa a sus negocios en la Galería de Zapatos para Damas en Jesús María, con Andreíta.
No pasó desapercibido para una amiga que nos dijo emocionada por la manera que veía cómo tratábamos a nuestra bebé.
- Para la primera nieta todo…
- ¿Por qué lo dices?
- Así es, pues. Para la primera nieta…todo, cuando nació mi hijita, ya nada.
Me sorprendió mucho sus palabras y el desconsuelo con que lo decía. Me pareció que ella exageraba. En mi mundo a todos los nietos los tratamos igual.
Pero ni ella ni yo nos fijamos en un aspecto primordial: La edad de los abuelos.
Cuando nace la primera nieta estamos aún “jóvenes” y brindamos todo el apoyo que corresponde, pero los años no pasan en vano y nuestras fuerzas van mermando y cada vez se nos hace más difícil cumplir igual con los otros nietos. Ya nada es lo mismo.
Peor si enfermamos.
No es que a los otros nietos no los queramos, no es que a los otros nietos no los cuidemos, pero es que ya no podemos hacerlo. Quizás también nosotros necesitamos que ahora nos cuiden.
Quizás nuestros deseos de estar con todos los nietos quede solamente en eso: “deseos” y tal vez nunca más podamos cumplir con todos, y al final tal vez con ninguno.
Nuestra amiga en vez de lamentarse que a su hijita no le da su mamá todo el cariño que vio que le daba a la primera nieta, debió pensar más en su mamá y ver qué le falta para ayudarla a sobrevivir. Quizás su mamá es quien ahora necesita el apoyo y el cariño de sus hijos y nietos.