Mi hermana Mónica falleció el 19 de noviembre de 2003, 9 días después de haber cumplido 46 años y era la menor de 7 hermanos.
Su desaparición estuvo envuelta en una serie de eventos muy particulares que me han dado siempre que pensar.
Mónica Suárez Sandoval
Vino de Iquitos enviada por el Seguro Social al Hospital Rebagliati por problemas muy serios con los riñones. La atendió un médico cuyo nombre es mejor no recordarlo. Mi esposa la acompañó a su cita en el Hospital y volvió muy alegre y feliz. Que el doctor le había examinado y haciendo caso omiso a su Historia Clínica con la que vino del Hospital de Iquitos, le había dicho que no tenía nada y lo que dice en la Historia no significa nada. Que regrese a Iquitos y que tome “chancapiedra”.
A los dos días mi esposa me dijo “¿Y si ese doctor no sabe nada? ¿Y si de verdad está enferma? ¿Y si a lo mejor se regresa a Iquitos y se muere? Mejor quiero consultar con el doctor Muñoz. Él debe conocer un buen médico especialista en el Hospital Rebagliati y nos puede recomendar.
El doctor Muñoz la había operado de la vesícula por amistad con una paisana y vecina que la había recomendado. El doctor era jefe de Piso en su especialidad y era, notoriamente, muy capacitado y eficiente.
Fuimos a buscarlo en el Hospital Rebagliati y le contamos la situación de mi hermana. El doctor Muñoz nos dijo que el tal médico era conocido en todo el Hospital por su manifiesta incapacidad y nulo conocimiento.
- ¿Cómo puede una persona de esa calaña trabajar en un Hospital tan importante?
- Por amistades y recomendaciones – fue su respuesta, meneando la cabeza
El doctor Muñoz nos consiguió una cita extraordinaria con el doctor César Liendo Liendo, Jefe de Piso de Nefrología. Le recomendó a mi hermana diciéndole que es su prima.
Apenas la auscultó el doctor Liendo ordenó su internamiento. Le extrajeron un riñón que era, como dijo el doctor, “puro cascarón”. Cuando se vio que el otro riñón no funcionaba bien la comenzaron a dializar. Como estaba muy bien recomendada la puso en la lista de Trasplante de riñón.
Para la operación de extracción del riñón nos pidieron 5 donantes de sangre. Yo, el primero, mi hermano mayor Raúl, mi hija Luisa, una amiga, colega, paisana y vecina en Iquitos de mi hermana Mónica, a quien llamaban “la viuda”. Mis hijas Claudia y Rocío estaban bajas de hemoglobina y no podían donar pese al cariño que tenían a su tía. Rocío me dijo que en su Grupo de Oración de la Parroquia había bastantes hombres jóvenes y no sería problema contar con ellos. Ni uno solo aceptó donar sangre. Qué tales cristianos.
Mi hermano Raúl se presentó con un joven de su barrio en Zárate. ¿Cómo lo consiguió? Me dijo que siempre que pasaba por el jirón le veía parado en la esquina y se pasaban la voz. Se saludaban. Se animó a decirle y el joven aceptó de inmediato. Hay personas que valen un mundo y este joven es uno de ellos.
Cuando llegó el momento le hicieron el trasplante de riñón cadavérico. Pero lastimosamente solamente le duró tres años. Tres años en los que disfrutó de la vida a plenitud. Era baileterilla y amaba las fiestas y le encantaba comer.
Carnaval en el Agricobank de Iquitos
Cuando comenzó a fallar el riñón trasplantado volvieron a dializarla nuevamente y otra vez en la lista de trasplante. El doctor Liendo, un gran hombre, le tenía mucho cariño a mi hermana. En la unidad de diálisis se apagó su joven vida. El corazón ya no pudo resistir más.
El día que falleció mi hermana, mi yerno Jorge estaba en su casa viendo televisión. Se encontraba solo en la casa y se sorprendió mucho cuando vio a la tía Mónica pasar de la cocina hacia los dormitorios por el pasillo. Pasó fugazmente. Llamó a la empleada, a su esposa y a su hija, por si había sido alguna de ellas, pero ninguna contestó, no estaban en la casa. Fue a los dormitorios pero no encontró a nadie. Estaba solo.
Como él no es creyente, tampoco creyó en lo que vio. Pero esa noche, la bebé, Andreíta no podía dormir y lloraba, por lo que su mamá, mi hija Claudia, la llevó al dormitorio de ellos donde ya pudo dormir. La niña tenía apenas 1 año de edad.
La habíamos enterrado el Jueves en el Cementerio Campo Fe Norte y el domingo fuimos a la Misa que el Cementerio oficia a las 12 del mediodía. Lo hace todos los domingos a esa misma hora y se menciona a todas las personas que se inhumaron allí en la semana.
Mi hermano Raúl es muy apegado a la parroquia de su distrito y sabe muchas cosas de nuestra religión. Le conté el fenómeno inusual y el problema de la bebita que no podía dormir en su cuarto y lloraba mucho porque Mónica la viene a ver por las noches.
- No hay problema – me dijo Raúl – que el Padre le imponga las manos.
Me acerqué al Sacerdote con Andreíta en mis brazos. El Sacerdote estaba saludando y confortando a los deudos que habían asistido a la misa.
- Padre, por favor, impóngale las manos. Mi hermana la está visitando por las noches.
El Padre, sin decirme palabra, le impuso sus manos consagradas y dijo unas frases rituales. También nos impuso las manos a nosotros y, santo remedio. La bebita nunca más sufrió por las noches y todo volvió a la normalidad. Mi hermana al fin descansaba en paz.