Mi madre, María Luisa Sandoval Chávez, era una mujer ejemplar, amorosa, cariñosa y valiente hasta el sacrificio.
Todo el tiempo que estaba yo en casa conversaba con ella: me contaba historias increíbles, todas las historias que se contaban en nuestra tierra; tenía una memoria extraordinaria. Leía bastante y gustaba mucho del cine, se conocía a todos los actores del cine mexicano por su nombre y las películas en que habían trabajado. Varios de estos actores los veíamos en persona pues, cuando llegaban a Iquitos para actuar en una representación especial, venían siempre a la vuelta de mi casa, a la casa de los Hernández, donde hacían los más extraordinarios adornos en gramalote y era el punto obligado de los visitantes para adquirir los más bellos recuerdos.
Aún recuerdo las recomendaciones de mi madre
- Amárrate bien los zapatos, para que puedas patear cuando pelees. Amárrate bien el cinturón para que puedas correr si el otro es más grande.
Mi papá era militar y pertenecía a una Compañía de Colonización del Ejército y, por tanto, su destino era en la zona de frontera por lo que pasamos algunos años en Curaray y en Cabo Pantoja. Es decir, desde pequeño conocí la verdadera selva.
La Casita en Curaray
Tenía buenas dotes de elegancia pero decía, como Cornelia, madre de los Graco, que sus hijos son sus joyas. Y su mayor orgullo era decir que a sus hijos los vestía en la Casa del Niño, tienda muy de moda que quedaba en el jirón Lima, en Iquitos.
Después del Desfile de Fiestas Patrias
Mi madre era lectora empedernida y su hobby era alquilar fotonovelas en el Mercado de Belén, de las cuales también yo aprovechaba.
Ella me decía cuando yo era pequeño, quizás por lo que había escuchado decir, que me case con una maestra.
- Cásate con maestra, pues, ellas ganan un buen sueldo.
Jamás imaginaría mi madre que con el paso de los años acabaría yo casándome precisamente con una maestra, como ella me había recomendado infinidad de veces, y que esa maestra sería como mi madre por la manera cómo nos cuidó a nosotros, a mí y a nuestras hijas y nietas.
Paseando por la Plaza San Martín en Lima
A la Psicóloga del Policlínico de la Cervecería Backus le dije que amaba mucho a mi madre y todo el tiempo que podía conversaba con ella, por lo cual a la Licenciada no se le ocurrió idea más feliz que preguntarme
- Hasta qué edad durmió con su mamá.
Comprendí de inmediato lo que estaba pasando por la mente de la profesional que no me quedó más remedio que decirle la verdad
- Nunca dormí con mi mamá. Desde que nací tuve mi propia cama.
La Licenciada pareció algo confundida porque mi respuesta no cuadraba con lo que le enseñaron en su escuela, pero ese es su problema.
La nostalgia por mi madre se explica porque ella se fue bien pronto, a los 46 años de edad, y mis hermanos estaban pequeños. La última tenía apenas 7 años y tuvimos, con mi papá, que abocarnos a su crianza.
A mi madre la recuerdo siempre con cariño y mis hijas y nietas conocen las enseñanzas que me inculcó desde mi más tierna edad. Y la recuerdo con alegría por la felicidad de haberla tenido como madre amorosa y abnegada.