Fue en la ciudad de Lima, donde residimos, un jueves 29 de abril de 1999, cuando recibí el aviso por teléfono que mi anciano padre había fallecido.
De inmediato preparamos el viaje a la ciudad de Iquitos con mi esposa Maria Judith, a la tierra donde nací.
Mi padre don Pedro Suárez Soto, veterano de dos guerras, en 1933 con Colombia y en 1941 con Ecuador, integraba el batallón de Excombatientes y todos los años desfilaba en las fechas cívico-militares de la ciudad. Cuentan mis hermanos que el día del Desfile madrugaba para ganar el “mando de la compañía” y que cuidaba mucho su “zapato de desfile”. Un par de botines de cuero minero tanque de color negro que Backus, la cervecería donde yo trabajaba nos hacía entrega cada seis meses y se los había regalado. Decía que era de buen cuero y se lustraba bien. Tenía entonces mi padre 92 años.
Pedro Suárez Soto
Al llegar a Iquitos, el catafalco organizado por mis hermanos presentaba el ataúd cubierto con la Bandera peruana. Un detalle gentil de la Comandancia, pensé.
LA BANDERA Nacional
Pero, me dijo mi hermano Enrique que tenían un problema con el entierro.
Habían programado el entierro para las 4 de la tarde donde seríamos recibidos por una Guardia de Honor del Ejército y el Corneta tocaría “Silencio”. Es decir “Honores Militares”, pero en la Comandancia decían que a las 4 sería el entierro de un Cabo y a las 5 el de nuestro padre. A las 5, me decía Enrique ya está oscuro y no van a asistir muchos, sobre todo los más viejos, sus compañeros.
Fuimos a la Comandancia con Enrique y el señor Capcha, compañero de armas y de trabajo, mucho más joven que mi padre. Conversamos y el Capitán erre que erre con que a las 4 el Cabo y a las 5 mi padre, que los familiares del Cabo lo habían solicitado primero. No había solución a tal impasse, de manera que nos despedimos y, como yo también había sido soldado, le dije al salir
- Capitán, antes se decía en el Ejército, que “La Antigüedad es Clase”
- Ahora también – contestó él.
- Por qué entonces ocurre esto, mi padre era Sargento Primero.
- Y el otro es Cabo. Ya, a las 4 Pedro Suárez y a las 5 el Cabo. Se acabó.
De esa manera solucionamos la situación de acuerdo a como habían organizado mis hermanos residentes en la ciudad de Iquitos.
Efectivamente, una cuadra antes de llegar al Cementerio General un piquete de personal del Ejército, vestidos para la ocasión con un uniforme de Séquito Militar, cargaron el ataúd y se dio comienzo a la procesión y en el Cementerio sonó la corneta el Toque de Silencio.
Pero, me di cuenta que Enrique cogió la Bandera, lo dobló y al pasar por mi lado me dijo
- Tengo que devolver la Bandera, prestadito nomás es. Es de la Asociación de Excombatientes.
Y yo que había llegado a pensar que había sido un bonito gesto de la Comandancia del Ejército, al cual sirvió durante 45 años mi padre. Dios lo tenga en su Gloria. El Estado no “puede” honrar a sus héroes ni siquiera con una Bandera. Una pena.