Corrían los años ochenta, la época del terrorismo más feroz en el Perú, y, sobre todo en Lima. Los coches bomba, las voladuras de torres de alta tensión, que ocasionaban apagones, los ataques indiscriminados a la población, nos ponían los pelos de punta.
La histeria generalizada hacía que en las urbanizaciones cerraran las calles con tranqueras, y si no había plata las cerraban con alambradas de púas y hasta con matorrales de espinas. No podías transitar así nomás por las calles de Lima.
Ponían bombas caseras en cualquier lugar, sobre todo en edificios y lugares públicos, ocultándolas en bolsas de plástico negro, de manera que quien advertía una bolsa negra abandonada de inmediato llamaba a la policía y enviaban al Escuadrón Antibombas para retirar el objeto sospechoso con toda precaución, utilizando pértigas y ropas de protección especial, desarmar la bomba o hacerla estallar en algún lugar descampado.
Todos teníamos miedo, andábamos mirando si por ahí había alguna bolsa negra sospechosa para dar el aviso.
Ocurrió que mi amada esposa, profesora jubilada, fue a cobrar su pensión en el Banco de la Nación de la Avenida 28 de Julio, y, como era usual en ese entonces, “se fue el sistema”. Esto quiere decir que si no hay sistema, el banco no atiende a nadie. El gerente se comunicaba con su central e informaba puntualmente
- El sistema se va a reanudar en una, o dos o hasta tres, horas. Mientras tanto, tengamos paciencia que a todos se les va a atender.
Mi esposa no era precisamente un modelo de paciencia, así que se fue a la puerta a “respirar aire puro”, dejando su bolsa en la mesa donde se llenaban los formularios.
Era una bolsa de plástico negra en la que llevaba sus objetos de su negocio. Laboraba en la zona de zapaterías de Jesús María, principalmente en Horacio Urteaga, y tenía muchos clientes entre los comerciantes del lugar, para lo cual tenía libretas de apuntes, fichas de clientes, amén de una cartuchera llena de bolígrafos, azul y rojo, de modo que nunca se quede sin poder anotar los pagos diarios.
Estaba en la puerta del Banco de la Nación cuando vio sorprendida, muy sorprendida, que ingresaban policías del Escuadrón Antibombas, hacían desalojar a la gente y con mucho cuidado trataban de enlazar con una pértiga la bolsa negra que estaba “puesta” sobre la mesa donde se llenan los formularios para las operaciones bancarias.
Una luz penetró en su cerebro y de pronto se dio cuenta de lo que trataban de hacer, “desarmar” su bolsa con sus pertenencias creyendo que era una bomba
- ¡Cuidado señora! – le dijo el policía tratando de impedir que se acercara a la mesa.
Llena de energía se acercó a la mesa y con el más puro dejo loretano exclamó en voz alta con su chillona voz de maestra
- Qué bomba ni qué bomba ¡Esa es mi bolsa! – todos la miraron sorprendidos e incrédulos. Mi esposa cogió la dichosa bolsa negra, la abrió, y mostrando su contenido les dijo a los policías del Escuadrón Antibombas
- Aquí están mis libretas de apuntes, aquí están mis fichas – abriendo la cartuchera – aquí están mis lapiceros y aquí están mis documentos y esta es mi cartera con mi plata.
- Discúlpenos usted señora – fue la respetuosa respuesta del policía que al fin pudo respirar tranquilo.
Y se fueron sonrientes pues habían enfrentado al peligro y habían salido airosos.
Escrito : 17 de abril de 2018